Dicen que aunque uno no recuerde nada al despertar, siempre soñamos. Carlitos soñaba con Juliana y, al despertar, tenía algo más que un vivo recuerdo.
Lo primero que hizo al llegar a la oficina, fue buscar con los ojos a Juliana. Ella, menuda y casi insignificante en su tailleur gris, estaba sentada en el escritorio del rincón, escribiendo a máquina. Como de costumbre. ¿Cómo de costumbre? No, tenía que pasar algo distinto, tenía que suceder cualquier cosa fuera de lo rutinario, de lo cotidiano… Tenía que atreverse, de una buena vez, a hablar con Juliana. Se le acercó mucho, simulando que buscaba unos expedientes para no provocar la ira de Bermúdez, el petiso Bermúdez, que desde que era Jefe de Personal se creía quién sabe qué cosa. Cuando rozaba con su mejilla el pelo lacio de Juliana, murmuró apenas: -“Anoche soñé con vos”-. Y tuvo que apartarse de golpe, casi como si le hubieran contestado con una bofetada, cuando captó el sentido de la respuesta femenina: -“Yo también”-. –“¿Vos también? ¡Jurámelo!” Ella alzó los ojos casi amarillos, los ojos felinos. Y ronroneó: -“Te lo juro, Carlitos”-.
Aquello era mucho más de lo que nunca esperara. Tartamudeó tratando de decir algo más. Al cabo le salieron tres palabras: -“¿Y esta noche?” Juliana dejó de teclear por un instante. Parecía que estaba a punto de maullar y de restregarse contra él.
Una tos seca de Bermúdez la contuvo. Pero dijo: -“Bueno, Carlitos, soñemos también esta noche”-.
No se volvieron a hablar durante toda la mañana, pero él se la pasó silbando de puro contento.
Fue un sueño simple, casi ingenuo. Juliana estaba sentada en la cama, con las piernas delgaditas y morenas cruzadas como las de un fakir. Tenía un camisón amarillo con muchas cintas en el escote. Y el cabello suelto. Infantil, preciosa. Nena mía. Él le tendía las manos, ella las tomaba entre las suyas, apretando suavemente, y se las llevaba a la boca empezando a mordisquearle las uñas. Una deliciosa cosquilla en las yemas de los dedos y después la profunda negrura del olvido. Al otro día se levantó radiante. Hizo como treinta flexiones y al enfrentarse con el espejo, mientras se afeitaba, se encontró rejuvenecido. Se peinó con cuidado y recién cuando se anudaba la corbata notó que tenía las uñas comidas. Recordó el sueño. Cuando llegó a la oficina le mostró las manos a Juliana. Juliana sonrió. –“Sos un amor”-, dijo.
Eduardo Gudiño Kieffer (Fabulario, “Tan linda en camisón, Juliana”. 1969)
2 comentarios:
Hola Emiliano, mi nombre es Martin Gudiño, soy de santa fe, queria agradecerte por publicar estos extractos de obras de Eduardo, yo lo conoci de pequeño en casa de mis tias en esperanza, esas reuniones familiares donde se juntan 3 o 4 generaciones y de todos lados, casi no tengo recuerdos de el, solo al ver las fotos me resulta una cara conocida, y me dije leamos algo del tio, y bueno encontre tu blog.
Te mando un abrazo y que sigas bien.
soy santaafesina, viviendo en Cordoba desde hace años y creo que GK es uno de los mejores escritores argentinos. Sus cuentos son magistrales.
Desde ya, agradecida por el blog.
Gabriela
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