06 enero 2008

Las mujeres de Chandler

A la señora Grayle le robaron un valioso collar y pidieron rescate. Alguien intentó pagar ese rescate. El día de la entrega, terminó muerto. Esta es la primera impresión que tuvo Philip Marlowe cuando vio la foto de esa mujer.

Era una rubia. Una rubia como para que un obispo hiciera un agujero en una ventana de vidrio esmerilado. Llevaba ropa de calle que parecía blanca y negra, y un sombrero al tono, y era un poco altiva, pero no mucho. Cualquier cosa que uno necesitara, estuviera donde estuviera… ella lo tenía. Unos treinta años de edad.
Me serví un trago rápido y me quemé la garganta.
-Saque esa foto –le dije–. O empezaré a saltar.
-La traje para usted. ¿Querrá verla, no?
Volví a mirarla. Después la metí bajo el secante.
-¿Qué le parece esta noche a las once?
-Escuche, señor Marlowe, tenemos otra cosa que hacer además de decir chistes. La llamé. Ella aceptó verlo. Por negocios.

Raymond Chandler (Adiós, muñeca. 1940)
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