27 enero 2009

Un poco de El interior de Martín Caparrós

Fin de semana de paseo con ella, en un hotel de campo a tres kilómetros de San Antonio de Areco. Algo de pileta, sol, cotorrerío de gallos y pavos y las miradas sin gesto de las vacas. Fueron dos días y una noche en La posta de Vagues, un sitio en el que el tiempo es liviano como una camisa secándose al sol. Ella me regaló esos días y jamás voy a dejar de agradecer ese gesto de amor y esa excelente idea.

Además de campo, silencio y quietud, La posta de Vagues tiene una hermosa mesa de pool, juegos de mesa y una pequeña biblioteca que me acerqué a revisar, debo admitir, sin mucha esperanza; nadie deja libros buenos a merced de las manos rápidas de algunos pasajeros. Encontré novelas de títulos que no me decían nada y de autores que tampoco me decían nada. Uno o dos libros sobre autos, viejas enciclopedias repletas de fotografías, dos novelas de Agatha Cristhie y algunas novelas en inglés que descarté de inmediato. Entre todo eso, saltó a mis ojos un libro gordo, del que había oído hablar hacía un tiempo.

Leí: El interior de Martín Caparrós. Es un librote de seiscientas páginas y miles de kilómetros de crónicas de viaje por Argentina, que Planeta publicó en 2006. Incliné la cabeza hacia la izquierda y lo tomé prestado. Mi falta de esperanza frente a la biblioteca, se había convertido en cierta expectativa ante el libro de Caparrós. Pero cuando lo abrí, comenzó la decepción

Una mala edición: el libro tenía hojas en blanco que interrumpían la lectura. Entre la 36 y la 39 había dos hermosas hojas que hubieran atravesado sin dificultad el desafío de la blancura. A lo largo del libro esto se repetía.

Las páginas en blanco no me decepcionaron. El punto es que de Caparrós me esperaba otra cosa. Me esperaba crónicas más ágiles y mejor escritas. Me topé con varias palabras que faltaban (pasa en las mejores familias) y con una cadencia de cuaderno de apuntes que no está mal, pero que no la esperaba de él: las crónicas que leí no parecían tener estructura clara.

Más de una vez tuve la sensación de que el relato tuviera saltos, inconsistencias propias de los sueños: abría la puerta de mi dormitorio y de pronto estaba en un parque de diversiones. Las voces de los personajes no tenían límites claros, se mezclaban con la del narrador, que por momentos desaparecía.

No suelo hacer crítica, pero estoy decepcionado. Son seiscientas páginas que me suenan más a anecdotario que a crónica. El contenido es muy interesante y muchas veces es sorprendente y revelador de mundos tan cercanos y tan desconocidos. Pero le falta clima. Evidentemente, Caparrós prefirió no echarle mano a los recursos literarios. Qué pena, me hubiera gustado vivir un poco lo que él había vivido.
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1 comentario:

Pecas dijo...

Creo que he sufrido más desiluciones literarias en mi vida, que amorosas.
Por suerte uno se recupera más rápido y funciona eso de que un clavo saca otro clavo.
Apenas cerrás la tapa de un libro que no te gustó podes ir en busca de otro que te haga sentir mariposas en el estómago y que no puedas dejar de leer.

Ella