Si bien en el “Método de composición” Poe intentó racionalizar y describir su técnica como si los mecanismos de la inspiración pudieran entenderse como lo entienden las musas, el verdadero secreto de su arte difícilmente pueda ser revelado algún día.
Mientras pensaba cómo describir qué significa zambullirse en el mundo Poe, encontré unas líneas del escritor argentino Marcelo Di Marco que me solucionaron el problema. Escribe Di Marco:
Pero no sólo fue el más grande autor del género fantástico, sino también fue el más grande del género policial, sencillamente por una razón: lo inventó. Con “La carta robada” y “Los crímenes de la calle Morgue”, entre otros cuentos en los que un asesinato se descubre gracias al intelecto y razonamiento lógico de un hombre, Poe dibujó las bases del género sobre las que luego se levantarían Chesterton con los cuentos del Padre Brown y Conan Doyle con el famoso Sherlock Holmes y su fiel y elemental amigo Watson.La literatura fantástica no suelta al morder. Sin pedir permiso, habla de lo que
no se puede hablar: de la muerte, de la inclinación al mal, del aguijón de la culpa, del castigo y la redención. Leer a Edgar Allan Poe, tal vez el más grande autor del género, es entrar en esta frecuencia de onda por el mejor camino. Es dejarse invadir por las sombras, es asistir a la irrupción de lo absurdo y de lo horripilante dentro de las fronteras de la realidad que el gran autor norteamericano se dedicó minuciosamente a tirar abajo.
La idea de Poe como padre del género policial es de Borges y, aunque discutida, ha sido mayormente aceptada. Y atada a la idea de la creación de un género, Borges señalaba que Poe también había inventado al lector de policiales. ¿Pudo Poe inventarnos? Sí. Dijo Borges en 1978:
Cuando el lector lo abre, para Borges comienza el “hecho estético”; es decir, la magia. A partir de ese momento queda atrapado en las implacables garras del relato. Cerrado el libro, a nadie se le ocurrirá gritar: ¡Never more!Los géneros literarios dependen, quizás, menos de los textos que del modo en que
éstos son leídos. El hecho estético requiere la conjunción del lector y del texto y sólo entonces existe. Es absurdo suponer que un volumen sea mucho más que un volumen. Empieza a existir cuando un lector lo abre.
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