24 agosto 2008

Los 109 años de Borges

En 1899, Buenos Aires era una ciudad de casas bajas, unas cuantas calles de tierra y un idioma distinto en cada esquina a causa de la inmigración. Los barrios Palermo, Flores, Caballito, Almagro y Boedo, formaban parte de los suburbios y estaban más del lado de la Pampa campestre que del modernismo de la ciudad.

Jorge Luís Borges nació el 24 de agosto de ese año en la calle Tucumán 840, pero vivió hasta 1914 en el barrio de Palermo. Su infancia estuvo rodeada de inmigrantes y cuchilleros, que luego inmortalizaría en muchas de sus ficciones.

Hoy Borges cumpliría 109 años.

En 1949 salió publicado El Aleph, un libro de relatos imperdibles. Lo que sigue es un fragmento de La Espera, en el que creo que se percibe la atmósfera de arrabal que tenía el barrio de la infancia de Borges.

No le llegó jamás una carta, ni siquiera una circular, pero leía con borrosa esperanza una de las secciones del diario. De tarde, arrimaba a la puerta una de las sillas y mateaba con seriedad, puestos los ojos en la enredadera del muro de la inmediata casa de altos. Años de soledad le habían enseñado que los días, en la memoria, tienden a ser iguales, pero que no hay un día, ni siquiera de cárcel o de hospital, que no traiga sorpresas, que no sea al trasluz una red de mínimas sorpresas. En otras reclusiones había cedido a la tentación de contar los días y las horas, pero esta reclusión era distinta, porque no tenía término —salvo que el diario, una mañana, trajera la noticia de la muerte de Alejandro Villari. También era posible que Villari ya hubiera muerto y entonces esta vida era un sueño. Esa posibilidad lo inquietaba, porque no acabó de entender si se parecía al alivio o a la desdicha; se dijo que era absurda y la rechazó. En días lejanos, menos lejanos por el curso del tiempo que por dos o tres hechos irrevocables, había deseado muchas cosas, con amor sin escrúpulo; esa voluntad poderosa, que había movido el odio de los hombres y el amor de alguna mujer; ya no quería cosas particulares: sólo quería perdurar, no concluir. El sabor de la yerba, el sabor del tabaco negro, el creciente filo de sombra que iba ganando el patio, eran suficientes estímulos.

Había en la casa un perro lobo, ya viejo. Villari se amistó con él. Le hablaba en español, en italiano y en las pocas palabras que le quedaban del rústico dialecto de su niñez. Villari trataba de vivir en el mero presente, sin recuerdos ni previsiones; los primeros le importaban menos que las últimas. Oscuramente creyó intuir que el pasado es la sustancia de que el tiempo está hecho; por ello es que éste se vuelve pasado en seguida. Su fatiga, algún día, se pareció a la felicidad; en momentos así, no era mucho más complejo que el perro.

Jorge Luís Borges (El Aleph, La Espera. 1949)


Algo más

En 1927, Ernest Hemingway publicó el cuento Los Asesinos, que puede considerarse como una clase magistral de narrativa por la técnica que utiliza.

Me han dicho que Borges no sólo leyó el cuento de Hemingway, sino que La Espera es otro punto de vista de la historia del autor norteamericano:

En Los Asesinos, Ole Andreson, al igual que Alejandro Villari, se resigna y espera que lo inevitable suceda: llegarán para matarlo.

Nick abrió la puerta e ingresó al cuarto. Ole Andreson yacía en la cama con la ropa puesta. Había sido boxeador peso pesado y la cama le quedaba chica. Estaba acostado con la cabeza sobre dos almohadas. No miró a Nick.

-¿Qué pasa? -preguntó.

-Estaba en el negocio de Henry -comenzó Nick-, cuando dos tipos entraron y nos ataron a mí y al cocinero, y dijeron que iban a matarlo.

Sonó tonto decirlo. Ole Andreson no dijo nada.

-Nos metieron en la cocina -continuó Nick-. Iban a dispararle apenas entrara a cenar.

Ole Andreson miró a la pared y siguió sin decir palabra.

-George creyó que lo mejor era que yo viniera y le contase.

-No hay nada que yo pueda hacer -Ole Andreson dijo finalmente.

-Le voy a decir cómo eran.

-No quiero saber cómo eran -dijo Ole Andreson. Volvió a mirar hacia la pared: -Gracias por venir a avisarme.

-No es nada.

Nick miró al grandote que yacía en la cama.

-¿No quiere que vaya a la policía?

-No -dijo Ole Andreson-. No sería buena idea.

-¿No hay nada que yo pueda hacer?

-No. No hay nada que hacer.

-Tal vez no lo dijeron en serio.

-No. Lo decían en serio.

Ole Andreson volteó hacia la pared.

-Lo que pasa -dijo hablándole a la pared- es que no me decido a salir. Me quedé todo el día acá.

-¿No podría escapar de la ciudad?

-No -dijo Ole Andreson-. Estoy harto de escapar.

Seguía mirando a la pared.

-Ya no hay nada que hacer.

-¿No tiene ninguna manera de solucionarlo?

-No. Me equivoqué -seguía hablando monótonamente-. No hay nada que hacer. Dentro de un rato me voy a decidir a salir.

-Mejor vuelvo adonde George -dijo Nick.

-Chau -dijo Ole Andreson sin mirar hacia Nick-. Gracias por venir.

Ernest Hemingway (Los Asesinos. 1927)


Escuchá a Borges

“Me parece tan raro que se registre lo que yo diga. Se ve que me toman en serio.”

La frase pertenece a una entrevista que le realizó la periodista Gloria López Lecube, en 1985.

Poco después, en junio de 1986, murió en la ciudad de Ginebra, Suiza.

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