01 enero 2008

In crescendo

El ventiluz de una cocina da a la ventana de un edificio vecino. Es el dormitorio de una mujer que nunca está sola; el portero dice haberle conocido más de veinte maridos. Cada noche, a través de la generosa rendija que otorga el ventiluz, puede verse a esta mujer en acción, “como si se supiese capaz de provocar más placer del que pudiera soportarse”.

Repentinamente, hizo girar al hombre boca arriba y se hincó en él con una ansiedad contenida, avara. Entonces empezó a suceder. Al principio fue sólo un jadeo. Ella se mecía sobre él aún con lentitud; tenía los ojos entornados y las manos del hombre la atraían desde la cintura, en un vaivén cada vez más profundo, mientras el jadeo de ella se volvía ronco, áspero. Una súbita furia empezó a agitarla. Vi cómo se retorcía encima del hombre, vi cómo se apartó el pelo de la cara, vi ese gesto salvaje. Vi cómo se aferraba los pechos, cómo se apretaba los pezones. Y escuché los gritos que se alzaban, cada vez más altos. Eran los gritos que había escuchado yo tantas veces, pero ahora me parecían intolerables. En la voracidad de esos gritos, en la avidez de esa mujer, había algo que causaba pavor.
Se echó finalmente hacia atrás en un balanceo seco, como de arma amartillada; gritó por última vez y se tendió sobre el hombre, abrazándolo convulsivamente, mientras la sacudían unos pequeños temblores.
Prendí la luz y algo enceguecido por la súbita claridad miré mi cuarto. Fue como si lo viera por primera vez. Vi las paredes desnudas, la mesa cubierta de libros y papeles; di vuelta la página de un libro, me dejé caer sobre una silla. Supe que esa noche no podría dormir.

Guillermo Martínez (Infierno grande, “Esa cuestión de orificios”. 1989)
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1 comentario:

Anónimo dijo...

Muy delicado.
sabia de tu inclinación por lo erótico.
Ahora lo veo plasmado en tu blog.
Salud!!!

Adolf