02 mayo 2011

Tarde de Sábato

Este es el relato de la vez que merendé con Ernesto Sábato, la tarde en que lo conocí mucho antes del fin

Miré el papelito. Tenía anotado el nombre Gladys y un teléfono; no era la letra de mi amigo Nico, pero era él quien me lo estaba mostrando. Hay que llamar y decir que queremos ir a tomar el té, dijo, como si fuera una contraseña. Hoy, a casi siete años del día en que marqué ese número, aún me sigue resultando extraño que ir a merendar con Ernesto Sábato resultara tan sencillo.

Me atendió Gladys, aceptó nuestra auto-invitación y quedamos para el sábado siete de agosto, con dos condiciones: Ernesto no daría ninguna entrevista periodística y debíamos llevar algo para acompañar el té. Por supuesto, estuve de acuerdo. Sólo importaba conocer muy de cerca a la persona que había escrito El Túnel, mi primer contacto con su literatura. Dónde vivía, qué leía, seguía escribiendo o sólo pintaba, cómo era su biblioteca, qué consejos me daría, qué inspiraría. Tal vez, porque había leído Antes del fin hacía pocos años, lo imaginaba sumergido en una atmósfera sórdida, melancólica. Corté el teléfono y esperé a que llegasen las respuestas.

Fuimos cuatro. Nico con Maru, su novia de aquel momento, y yo con la mía, Natalia. Era un sábado frío y nublado, que se sintió en las veinte cuadras de caminata que separa Floresta de la estación de tren de Villa del Parque. Compramos una pastafrola y algunas masas secas en el camino. Subimos al tren y, minutos después, bajamos en la estación solitaria de Santos Lugares. Habíamos estudiado cómo llegar desde allí y en poco tiempo estábamos frente a las rejas de la entrada. Al final de un angosto camino de baldosas, que se abría entre la medianera y un descuidado jardín cerrado de árboles y plantas, se veía ennegrecida la casa.

No registré la distribución de los ambientes, pero tengo clara la imagen de los tres lugares en que estuvimos con él. Una suerte de pequeño comedor diario junto a su estudio y, más hacia el fondo, se anexaba una habitación en la que descansaban, tal vez, cientos de sus cuadros, apilados sobre las paredes. Era el atelier, su segunda pata creadora. En el centro, sobre una mesa baja, estaban las pequeñas láminas de madera repletas de trazos inconscientes; lo último que había pintado.

Nos acercamos. En el estudio había poca luz y ahí, sentado frente al escritorio en el que tantas veces lo han fotografiado, estaba él: tenía un pullover verde tan oscuro como el jardín, por el cuello y las muñecas, asomaba una camisa roja, también oscura. Saludó y piropeó a las damas. Cuando fue mi turno cometí un error que me valió un golpe en el pecho y una sonrisa. Sólo se besa a las chicas, gruñó.  Nos acomodamos en ronda y charlamos en la penumbra, preguntó de dónde veníamos, qué hacíamos, indagó un poco para conocernos. ¿Dónde estudiás? En la UBA, respondí. ¿UBA?, eso se come, bromeó. Poco a poco notamos que antes que Sábato había un anciano de noventa y tres años que —nos diría después Gladys— la compañía joven le hacía muy bien. Y no había mejor compañía que aquella que lo admiraba. Para nosotros, se trataba de un regalo inmenso.

Hace siete años, Ernesto Sábato me regaló este encuentro. 
Nos levantamos cuando Gladys anunció que estaba el té. Antes de atravesar la puerta, Sábato se detuvo frente al retrato antiguo de una mujer, colgado a la derecha del marco. Mi madre era albanesa, dijo elevando el tono. Durante la merienda Sábato habló poco y volvió a repetir el origen de su madre; entendí que detrás de aquella frase había un recuerdo profundo. En la mesa conocimos a Amalia, una muchacha poeta y periodista que jamás dejaba durar el silencio; tenía veinte y tantos. También estaba un joven artista plástico que se conectaba más con el Sábato que se expresaba con pinceles en lugar de tinta. Ernesto es el último de los surrealistas, aseguró con convicción. Al igual que su inspirador, él también hablaba poco, y aquella afirmación tan contundente en realidad la había dicho después del té, mientras estábamos en el atelier.

Alguien descubrió un ejemplar de La Resistencia traducido al francés. Sábato se entretuvo un rato intentando que Natalia pronuncie correctamente La Résistance. Me detuve a observar algunos de sus cuadros, la atmósfera sórdida y melancólica estaba reflejada allí. Él parecía disfrutar de la compañía, pero notamos cierto cansancio y decidimos preguntarle si prefería que nos fuéramos. Dijo que no. Entonces llegaron las fotos y las dedicaciones en los libros. Ahora miro el trazo largo y tembloroso de su letra: Para Emiliano; debajo, la inicial de su nombre, un punto, y el Sábato sintetizado de su firma. Ernesto, lo llamó Amalia. Él respondió alzando la vista. ¿Cómo es que decía Borges? El gesto y la voz de Sábato se transformaron durante segundos. Fue una buena imitación, reímos. Poco después, notamos otra vez el cansancio y preguntamos de nuevo sin correr la misma suerte: ¿Querés que nos vayamos? Sí, ya está bien.

Y salimos los seis. El joven artista plástico se colocó la capucha y se perdió entre las calles quietas y poco iluminadas de Santos Lugares. El resto esperamos el tren en la estación. Recuerdo mis manos en los bolsillos y la alegría ambigua de que no fue lo que hubiera imaginado, quedó mucho sin responder y la horrible certeza de que, naturalmente, los años lo carcomían. Pero conocerlo antes del fin fue una hermosa inspiración y una prueba de su generosidad. Ahora que ya no está, el relato de aquella tarde siento que la inmuniza del olvido y —como tal vez hubiera dicho él— escribirla es el único antídoto que tengo disponible, capaz de reconfortar.
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5 comentarios:

Carolina Raspa dijo...

Muy buena tu nota Emi! Llegué gracias a que lo publicaste en tu gtalk y pensé ¿será verdad?...hasta que vi tu foto con él, ja.
Qué suerte que tuviste, seguro un momento inolvidable.
Besos!

Emiliano Cosenza dijo...

Jejeje, sí, Caro, era verdad; los años siempre degradan algunos recuerdos, hacía rato quería contar esto y de alguna manera tallarlo en piedra, y nunca pude. La noticia de su muerte me impulsó a hacerlo y fue una manera de volver a vivir esa tarde.

Gracias por el comment!

Juan Pablo dijo...

Muy buena nota.
Te felicito!

Natalia M. dijo...

Un gran momento Emilio! Para cuándo la foto/crónica con el Indio?
besos chamaco.

Emi dijo...

¿Foto de la crónica con el Indio? ¡Ojalá!; gracias por el comment, Mansuet!