13 febrero 2008

Cortázar es jazz


En “El Perseguidor”, una suerte de oda al virtuoso saxofonista Charlie Parker, Julio Cortázar logró unir el placer del jazz con la literatura.

Cuando el protagonista del relato se cuestiona sobre si vale la pena hacer algunas modificaciones a la segunda edición del libro que había escrito sobre Johnny (el nombre que utilizó Cortázar para enmascarar la figura de Charlie Parker), descubrimos cuán bien Julio podía describir, en un par de líneas, ese placer efímero, esa sensación de sosiego que aparece cuando nos sentamos a la mesa con un buen trago, y más allá, sobre el escenario, comienza el jazz.

Todo me inducía a conservar tal cual ese retrato de Johnny; no era cosa de crearse complicaciones con un público que quiere mucho jazz pero nada de análisis musicales o psicológicos, nada que no sea la satisfacción momentánea y bien recortada, las manos que marcan el ritmo, las caras que se aflojan beatíficamente, la música que se pasea por la piel, se incorpora a la sangre y a la respiración, y después basta, nada de razones profundas.

Julio Cortázar (El Perseguidor, “Las armas secretas”. 1959)


Algo más


Es interesante la analogía que hace Andrés González R en el artículo Cortázar, “El Perseguidor”, y el jazz:
(..) Un relato en el que los personajes se relacionan explícita y evidentemente con la música: músicos de jazz, amigos de músicos y un crítico de jazz. La música los atraviesa a todos ellos, los descoloca, los hace moverse de diversas maneras. Por ejemplo, la marquesa Tica:

<< Cuando la marquesa echa a hablar uno se pregunta si el estilo de Dizzy no se le ha pegado al idioma, pues es una serie interminable de variaciones en los registros más inesperados, hasta que al final la marquesa se da un gran golpe en los muslos, abre de par en par la boca y se pone a reír como si la estuvieran matando a cosquillas >> (Cortázar, 1980: 307).

Después de esta cita, nos sentimos tentados a decir que la marquesa Tica está henchida de bebop. El relato en su totalidad está henchido de bebop, y la problemática del tiempo tan insistentemente expuesta a lo largo del mismo, no es ajena al jazz y a la manera en que esta música despliega su temporalidad, expresando una tensión rítmica que desborda la música y toca a los oyentes, llena los espacios y altera la habitual percepción uniforme de las cosas.
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