La voiturette blanca apareció por el extremo sur de la calle y atravesó ruidosamente la villa del rosario. Algunos perros salieron a su paso, ladrando, y corrieron después detrás del Ford descapotado. Quienes ya dormían se despertaron, y todos se asomaron para ver pasar la voiturette que ahora daba la vuelta al fondo de la calle, frente a la choza del Rosario, regresaba a toda marcha, haciendo sonar la bocina, y los perros se excitaban aún más, ladraban con más brío, y la noche serena que había cubierto de silencio el dolor de la villa se reanimaba de pronto al paso del auto.
El Tonto se despertó sobresaltado y su primera idea fue para la Hermana. ¿Sueña la Hermana? ¿Es su fiebre la que penetra en los sueños de los otros como un alarido, como una pena, como un llanto? Saltó de la cama, contempló a la luz de un candil el rostro sereno, no, ella no soñaba, ella dormía. Pero afuera los perros alborotaban, y una bocina quebraba la noche. Entonces el Tonto pensó: Gardel, seguro que es Gardel, y se puso precipitadamente los pantalones, la camisa, y salió a la calle.
Cerca de la puerta, junto a un fuego lánguido, sin luz ni ardor, el Tonto vio la sombra de la Madre, vio su figura cubierta por la túnica en hilachas, sus brazos en alto, la bruma de su pelo flotándole alrededor de la cabeza, y las cenizas que brotaban de las cuencas de sus ojos.
-Es Gardel –dijo el Tonto.
Los brazos de la Madre se agitaron en el aire, su cabeza giró, el rostro descarnado se enfrentó con el de su hijo, y de la boca salieron nubes amarillentas con cada palabra:
-¡La villa está condenada! ¡Se irá el Rosario, la muerte se llevará su cuerpito enfermo y la soledad y el escarnio nos asolarán! ¡Esta es la condena de la villa!
El Tonto contemplaba la voiturette blanca, detenida en medio de la calle, cincuenta metros más arriba, y los perros en círculo, ladrando y saltando.
-Es Gardel.
Murmuró el Tonto, la mirada encendida, casi sin escuchar las palabras amarillentas de la Madre.
-Nada se respeta ya en esta tierra –continuaba ella-. Vinimos aquí para morir, pero en lugar de hacerlo nos hemos puesto a parir miseria, a parir locura, a parir enfermos, y en vez de morir agonizamos, y en vez de redimirnos nos condenamos… Este es nuestro destino, y esto es el infierno.
-Ya vengo –dijo el Tonto.
Y comenzó a caminar, como hechizado, hacia el auto blanco, hacia los perros, hacia la gente que se reunía en torno al hombre sonriente sentado al volante.
-¿Adónde vas, vos? ¿No me oíste? –se quedó, durante un momento observando la figura de su hijo que se alejaba. Después, sin ánimos, agregó-: No, no me oyó. Nadie escucha en esta tierra de mierda las palabras sensatas, las palabras de la verdadera verdad…Vení acá, Tonto. ¡Vení acá!
-Es Gardel, Madre. ¡Gardel!
Llegó junto al coche en el instante en que el hombre abría la portezuela y bajaba, saludando a uno y a otro lado.
Era gordo, de escasa estatura, y vestía un traje negro, chaleco, camisa blanca, corbata, polainas blancas sobre los botines negros. Tenía el pelo engominado y peinado hacia atrás, partido por una raya alta sobre la izquierda de la cabeza, las cejas espesas, los ojos húmedos, la nariz grande, la boca amplia y abierta en una permanente sonrisa.
-¡Al New York, muchachos! –dijo el hombre-. ¡Todos al New York!
Acariciaba los perros que saltaban a su lado, sonreía, se sacudía el polvo de los pantalones, repetía:
-¡Todos al New York, muchachos! ¡Vamos! ¿Qué les pasa? Digan algo. ¿Por qué me miran así? ¡Hoy es noche de fandango!
Subía nuevamente a la voiturette, ponía el motor en marcha, reiteraba la invitación, pero sus palabras no se oían, los perros ladraban, el auto arrancaba, él hacía un gesto con el brazo en alto: ¡vamos!
La gente miró alejarse el Ford blanco y descapotado, y poco después, lentamente, regresaron a las casas. Pronto la oscuridad de la noche recuperaba su dominio.
Juan Martini (La vida entera. 1981)
Conocé a Juan Martini. Entrevista en video de la Audiovideoteca de Buenos Aires.
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